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Poesía y crímenes de estado

O cuál es el verdadero valor de la poesía Alias Torlonio
6 noviembre 2019



Poesía parece arrastrar una duda sempiterna sobre su propia naturaleza, ya que todavía muchos se preguntan qué es. Primero hemos de contar que, como todo en la existencia, la naturaleza de la poesía es mutable, pues está viva. Hasta bien entrado el siglo XX, se confundía poesía con versificación, sílabas contadas en rimas con una finalidad puramente estética. Esquivando este sintético malentendido, podemos decir que la poesía, parezca lo que sea, se forma con un conjunto de ideas o sentimientos, si no trascendentes, sí sutiles, expresados de una manera más o menos sublimada, de exclusivo acorde a los parámetros de cada autor. Esta percepción del asunto, además de abarcar todas las épocas, nos sitúa frente a un abanico de posibilidades abierto en todos los sentidos.

En España, con motivo deguerra civil de 1936, un estado militar golpista acabó con la vida de tres poetas reconocidos hoy por todo el mundo, si no los mejores, sí de los más representativos del modo de sentir del pueblo íbero. Ninguno de ellos murió con honor, sino mermados y acorralados por el miedo, la fatiga y la enfermedad.

Federico García Lorca fue el primero en caer, al mes de estallar la guerra; murió asesinado en una acción doble, tras un extraño pelotón de fusilamiento, de un lado se ejercía la punición demostrativa, para aterrorizar al pueblo; por otra parte se sumaron siniestros y prosaicos odios e intereses personales. Su detención no fue una operación cualquiera, se acordonó todo el lugar, incluso se apostaron hombres armados en los tejados colindantes al inmueble donde se hallaba escondido el poeta, un hombre realmente inofensivo de 38 años, muy asustado. Uno de sus verdugos, J. L. Trescastro, expresó su orgullo por haber participado en este crimen, resaltando la condición sexual de Lorca. La noche de su ejecución, se oyó a un militar insultarle a gritos “rojo maricón”. Después recibió un golpe de fusil en la sien, que le hizo caer, aún vivo, en su propia fosa. Una vez fusilado, junto a dos banderilleros y un maestro republicano*(1), los verdugos escupieron sobre sucadáver. Imagino que este trato debía ser, para aquellos verdugos descerebrados, el epítome de la masculinidad. Lo cierto es que Lorca no era comunista, principalmente fue una bella persona, además de un genio.

Antonio machado, junto con su madre, Ana Ruiz, murieron ambos en el exilio, pocos días después de llegar a Francia, tras una huida que duró casi tres años. Antonio y su hermano José, solo tenían una camisa, la cual se ponían por turnos, pues no tenían ningún dinero. Con esto podemos imaginar lo extremadamente sufrido que debió ser este éxodo. La frontera la cruzaron al límite de sus fuerzas, madre e hijo, dentro de una ambulancia, lentamente, tras unos puestos fronterizos colapsados por tantas personas como pretendían huir del país. Días después de atravesar la frontera, la pena más honda y el puro agotamiento acabaron con el poeta. La madre, que tenía ya perdida su salud mental, murió tres días después de fallecer Antonio. José, su hermano menor, descubrió que el poeta llevaba en uno de los bolsillos de su abrigo, una autentica bomba de mano, un papelito ajado con un verso*(2) escrito: Estos días azules y este sol de la infancia. Además portaba una cajita con un tesoro muy particular, un puñado de la tierra de su país, al que tanto amaba, para su propio entierro. Este detalle sumamente conmovedor, nos indica que Antonio Machado debía saberse muerto antes de culminar su destino. Un día después de su entierro, llegó una carta de la Universidad de Cambrigde, donde le comunicaban haber sido aceptado en este rectorado.

Miguel Hernández murió año y medio después de la conmutación de una pena de muerte que apostaba tenazmente en contra de sus días. Sus dos últimos años de vida los pasó, como sabemos, encarcelado, tras una odisea de rejas; nuestro pastor de cabras encontró un áspero final después de pasar por diez centros carcelarios, prisiones, penales y reformatorios diferentes, entre el fin de la guerra, en 1939, hasta su última hora, en 1942; falleció con tan solo treinta y dos años. Un compañero de celda de Hernández, Eusebio Pérez de Oca, condenado por gestionar un centro de estudiantes en Alicante, ¡nada menos!, dibujó la cabeza amortajada y con los ojos abiertos del poeta, recién fallecido. Miguel “murió de tisis y de asco”; este es el comentario que nos dejó Eusebio. A la muerte de Miguel Hernández, además de un asco bien comprensible, contribuyeron una bronquitis, el tifus y la tuberculosis; o dicho de otra manera, la falta absoluta de atención médica. Aquí he de resaltar que el cristianismo católico que enarbolaba orgullosamente el bando fascista, no era más que un trapo lleno de sangre inocente, una falsa bandera.

Tuvimos un estado en armas que por activa y por pasiva, silenció y sesgó la voz y la vida de tres poetas magníficos. Debemos preguntarnos por qué. Yo no creo en la casualidad y menos aún en los ámbitos político y militar, donde todo sucede con la premeditación de la escuadra y el cartabón, y cada acto es observado bajo la óptica de la mayor conveniencia y, si procede, posteriormente se harán los informes por triplicado. “¡Como dios manda!”. Es la sinrazón mortal disfrazada de burocracia, serpenteando por una compleja cadena jerárquica, dentro del estado de sitio. Los poetas son a fin de cuentas, los mejores representantes de sus pueblos; el poeta en vez de disfrazarse tal como hace el político, con la mentira y la falsa promesa enmascarada, representa a su gente con el alma, el corazón y la palabra; esto es inapelable, y esta es la causa de por qué los pueblos aman a sus poetas.

Estos actos criminales derivados de una orden de fusilamiento, del agotamiento extremo y de la falta de atención médica en situación tan crítica, aún siendo actos irracionales e inhumanos, fueron premeditados tras esos despachos donde se toman las decisiones importantes. Ninguna de estas tres personas suponían una amenaza real para un ejercito fuertemente armado, ¿o sí? Ni Machado ni Lorca tuvieron nunca en su ánimo coger un fusil; estos dos poetas eran aún más pacíficos que el señor Gandhi. Si Hernández tuvo más predisposición a la acción, como el poeta sensible y el hombre empático que era, tampoco se acercaba, ni de lejos, al perfil criminal de sus verdugos. Estos asesinatos fueron de orden espiritual, se pretendía así castigar a todo un pueblo, dejándoles, además de abatidos moralmente, mudos frente al mundo. A toro pasado, creo que el resultado de este castigo salpicó, no solo a todo el planeta, sino a las generaciones venideras también.

Esta costumbre horrible de asesinar poetas con crueldad, tiene partidarios allá donde haya un sátrapa, al margen de qué ideología defienda. Sin regodearme demasiado en tan truculentas fosas, tenemos en Rusia a Stalin, arrastrando el cadáver del poeta Itzik Ferffer, entre otros; o en Chile a Pinochet, que cargará por toda la eternidad, la terrible cruz de Victor Jara, entre otros; o Videla en Argentina, que batió récords, con ciento cincuenta escritores asesinados, que sepamos, ocho de ellos poetas; ¿y en China?, ¿y en Corea? No seguiré por aquí porque leyendo diferentes recortes y testimonios, la turbación es grande y la vista se nubla de lágrimas; pero baste decir que, a poco que escarbéis en las historias no oficiales de vuestros países natales, encontraréis los restos de más de un poeta asesinado por esto que obscuramente llamamos “el estado”. Como epitafios quedarán sus increíbles historias, donde la Demencia Capital es siempre juez y verdugo al mismo tiempo.

Concluyendo, sea lo que sea la poesía, tal es su valor. La poesía llega hasta el último rincón del corazón de las personas y siempre nos recordará cual es el significado del amor y cuánto vale nuestra libertad. Es por esto que la poesía resulta tan poderosa y tan peligrosa para los estados totalitarios, tanto como para que, en su paranoia psicopática del anhelo del control absoluto, estos elijan asesinar a los elementos de la población más preclaros, sensibles y pacíficos, los poetas.

AT

 

*(1) Cabe resaltar que se asesinan con la misma premura, pero en mayor número, a maestros de escuela.

*(2) Los catedráticos, en concento histriónico y voz de trueno, gritaron unánimes: ¡Alejandrino!


http://www.sombradelaire.com.mx/

http://www.elmuseovirtual.com/ficha.php?menu_id=1&jera_id=872&page_id=1079

http://www.elmuseovirtual.com/ficha.php?menu_id=1&jera_id=1690&page_id=1603 

 



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